Hay algo que me pasa casi siempre que una familia me llama para hacer las fotos del bautizo de su peque: me dicen “queremos algo muy natural”. Y yo, por dentro, sonrío. Porque eso es básicamente lo que hago.

Cuando pienso en un bautizo, no pienso solo en el momento del sacerdote echando el agua al bebé en la pila. Que, a ver, seamos sinceros, ese momento tiene que estar, porque es un bautizo. Y tiene que haber algunos posados que no pueden faltar (tiene que salir toda la familia con el bebé, que esto es un recuerdo para toda la vida y no podemos arriesgarnos a que alguien importante se quede fuera). Así que lo hago de la forma más natural posible, para que nadie salga tenso y sea un recuerdo real, como vosotros.

Pero voy más allá de eso y también pienso en todo lo que rodea ese día: los nervios, los preparativos, la emoción de los abuelos, el primo que viene desde lejos y se reencuentra con la familia, el detalle bonito que habéis elegido para regalar a los invitados, la ilusión de los padrinos...

Y justo ahí está la magia. En lo que no se prepara, en lo que pasa entre escena y escena. En el gesto espontáneo, la mirada cruzada, ese abrazo que dura un segundo pero te llena para siempre. 

De hecho, ¿sabes una cosa? Los mejores reportajes son los que incluyen los preparativos en el domicilio. Ahí me hincho a robados, que me encantan a mí y os encantan a vosotros cuando veis las fotos. Esta es la sesión “Bautizo completo”. 

Pero siempre os doy un par de opciones más, para adaptarme a vuestros gustos o condiciones. Tanto para los momentos que vamos a captar como para la entrega del trabajo (solo en digital o con album en papel, como los de toda la vida). 

Mi forma de trabajar es estar, observar, anticiparme, capturar. Soy como una invitada más, pero con cámara. 

Me muevo con respeto, con discreción, y sobre todo, con sensibilidad. Porque sé que ese día es importante. Y que no se trata de tener “fotos bonitas”, sino de tener fotos auténticas. De esas que, cuando las ves, sientes que vuelves a estar allí.